miércoles, 29 de febrero de 2012

El tiempo en el espejo

“Temblando de no ser capaz de acordarme,
atacado por la polilla que propone la prórroga,
imbécil a fuerza de besar el tiempo”
Julio Cortázar

¿Quizás la tormenta? Tal vez el silencio y las preguntas de una mañana que derrumba los límites del tiempo. Así como la lluvia permite al hombre andar por los paisajes de la historia, los secretos del libro viejo impulsan los viajes hacia la reconstrucción de un pasado desconocido.
Su nombre desaparece en el recuerdo de una página amarilla, un amarillo suave como el de las hojas del otoño, y mis manos acarician esas palabras, intentando entonar el relato.
Su historia aparece como ese texto desdibujado entre las sombras del invierno, que se acerca con la fuerza de los truenos para ser rescrita, problemas de memoria, dicen. Yo los llamo asuntos de paseantes. Paseantes que caminan por la noche para admirarla y escuchar los sonidos perdidos de los márgenes. En toda ciudad, como en todo texto, hay márgenes que sólo se descubren en la noche oscura.
Algunas páginas comienzan a arrugarse con los pasos de mis dedos por sus esquinas y la noche se apaga en cada recuerdo que, como  maravillas de un cielo claro, despiertan una historia futura. Relato un fragmento, descubro los recovecos de la memoria, cada vez que mis manos dibujan palabras en tus mejillas. Y tu voz olvida las delicias de la tormenta, mientras te miro despacio y descubro marcas que no conocías. Una cicatriz pequeña dibuja una sonrisa en la parte alta de tu espalda, y juego con mi boca en tu cuello y prometo amarte más allá del tiempo.
Entonces el espejo dibuja tu rostro, entonces existe el relato, aparece la imagen, y en mi sonrisa,  tu historia; y tus ojos, mi pasado; y mi boca, tu memoria.

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